Autor: María Luisa Vega Vera
E mail: marialv.23@hotmail.com
…El acompañamiento fue realizado en el espacio de práctica clínica, durante el Curso Anual de Acompañamiento Terapéutico en la institución At lazos.
En un principio se nos asigna a mi compañera Marcela y a mí, acompañar a una paciente los fines de semana. Concurrimos a la entrevista con la psicóloga de la paciente del Centro Psicoasistencial SIARC. La idea de la profesional a cargo del caso y de la profesora, era que una hiciera el acompañamiento los días sábados y otra los domingos.
De la entrevista con la profesional a cargo, obtuvimos los siguientes datos: la paciente de 58 años, es soltera, vive sola, es hija única y ambos padres fallecieron. Continua viviendo en la casa que compartió con sus padres, su madre falleció en el 2006 y aún se halla elaborando el duelo. Realizó tratamiento particular psicoanalítico durante dos años. En el 2002 se atiende en Siarc, asiste a una sesión, abandona el tratamiento y retoma en abril del 2008, (al momento de iniciar el AT, lleva 6 meses de tratamiento) concurre una vez por semana. La indicación de un at, los fines de semana es debido a que la paciente sufre de estados de angustia en esos días, lo cual le impide salir de su casa, motivo por el que además fue derivada a un psiquiatra del mismo Centro. Se encuentra medicada con antidepresivo en bajas dosis y ansiolítico.
Datos subjetivos: La figura materna denota omnipotencia, rigidez y severidad, se encuentra muy presente en la vida de la paciente provocándole sentimientos de culpa y anulación subjetiva. Estudió historia, es contadora, es eficiente, capaz y responsable en su empleo dentro de una empresa. Sus intereses son las actividades culturales: cine, teatro, etc. No posee muchos amigos y actualmente sale con un hombre del que habló una sola vez en su espacio de análisis.
La primera indicación que recibimos fue entrar a la casa y ver como es el ambiente en el que vive la paciente. Con estas pocas descripciones, Marcela y yo nos imaginamos una casa llena de objetos de sus padres, y yo particularmente me hice la idea de una casa obscura, llena de recuerdos, de objetos antiguos, algo así esperaba encontrarme. Es inevitable en esos momentos hacerse una “historia” del paciente teniendo los primeros datos. Debo decir que “esta idea” que luego pude comprobar, nada tenía que ver con la realidad, también fue de aprendizaje.
Me comunico telefónicamente con la paciente, acordamos un horario para el sábado siguiente, me comenta que esa mañana tiene pensado ir al cementerio, que es un trámite que viene postergando hace mucho tiempo, dice que personalmente me va a contar. Por otro lado arregla el encuentro con Marcela para el domingo.
El sábado me recibe una mujer muy delgada con unos ojos celestes y la mirada muy triste, diciéndome que no pudo ir al cementerio, se la notaba angustiada, al borde del llanto, nos sentamos en unas pequeñas banquetas en la cocina, cuenta que ahí comía con su madre. Apenas pasaron 10 minutos y llorando habla sobre la muerte de sus padres, comenta que se siente muy cansada y que “quisiera cremarlos para no ir más a verlos”. Dice que espera que la podamos ayudar con el acompañamiento, que tiene ganas de estar bien, me pregunta, ¿vos que pensas?, le respondo que si ella tiene ganas, seguramente la podríamos ayudar.
Me muestra su casa, vive en una casa de 3 ambientes pequeños, agradables, muy luminosos, pocos muebles, nada de fotos ni adornos, se veía todo tan impecable, daba una sensación de estar desabitada. Ella dice que está todo como dejó su madre, pero que está sucia porque ella no tiene tiempo para limpiar, en su cuarto tenía una cama, mesita de luz y nada más, también daba la impresión de no tener uso. En el cuarto de su madre me llama la atención que la cama que era de su madre estaba llena de cosas, hay dos sillas, ocupadas con ropas en el respaldo, papeles en el piso, etc. Me dice que está todo igual como lo dejó su madre, le pregunto si esas cosas eran de su madre, “no son mías” responde, señala la cama que es igual a la de ella, con acolchados iguales, “la uso para apoyar mis cosas”. Tenía ahí su ropa, cartera, libros, materiales de trabajo, etc. Abre el placard y me muestra algunas cosas que aún quedan de su madre, dice que empezó a regalar a una señora que lo necesita. Rompe en llanto, dice que se siente responsable por no haber formado una familia, que está muy sola. Le pregunto si tiene amigos, responde que sí, “mis amigas siempre me llaman, la verdad que no se porqué”, “soy desamorada como me decía mi mamá”, habla de sus compañeros de trabajo, de un grupo de teatro y de una persona con quien sale a correr. Le hago notar que entonces no está tan sola, “sí?, ¿no?” pregunta y responde al mismo tiempo, con una sonrisa mezclada con el llanto, este es un aspecto de la paciente que estuvo en varios de nuestros encuentros, un rostro que denotaba tristeza aun cuando sonreía o recordaba algo agradable.
En este primer encuentro, la paciente hace varios pedidos: que la ayudemos a ir al cementerio, a dejar de fumar, a aprender a hacer algunas comidas ya que según sus propias palabras, “mi mamá nunca me dejó hacer nada”, “siempre me tiraba todo abajo”, manifiesta además, su deseo de mudarse, ya que en esa casa se sentía “atornillada”. Al retirarme de la casa, luego del primer encuentro, me invadió una ansiedad y un fuerte deseo ayudarla, era la primer paciente acompañaba y lógicamente empecé a hacerme muchas preguntas, ¿cómo hacer para ayudarla?, ¿como responder ante tantas demandas que hacía la paciente? En el espacio de supervisión estas cuestiones luego se fueron encaminando, sabía que en los primeros encuentros es difícil saber cual es la función que vamos a cumplir allí donde un paciente requiere un acompañamiento, acompañar y “hacer algo con el paciente”. Y mi pregunta era, “¿hacer qué?”.
El día domingo, día pautado para el encuentro con Marcela, la paciente se comunica con ella telefónicamente y manifiesta que no puede recibirla porque tiene otros compromisos, que la llamaría por teléfono en la semana. Finalmente pone muchas excusas y el encuentro con Marcela nunca no se produjo.
El día de nuestro segundo encuentro, unas horas antes, me llama diciéndome que no puede recibirme, que arregló otro compromiso, no me da muchas explicaciones, solo que me avisaría en la semana para arreglar el día y horario en que nos encontraríamos. Teniendo en cuenta lo sucedido con Marcela, pensé que también yo quedaría afuera del acompañamiento, no insisto, y siguiendo la indicación de la profesora, me comunico con la psicóloga de la paciente, quien me dice que no insista, que ella hablaría el lunes en la sesión para saber si realmente desea ser acompañada.
Finalmente, acepta seguir conmigo sólo los días sábados, ya que los dos días le resultaba de mucha presión.
Los encuentros que siguieron
Acordamos cual sería nuestro día y horario, ella empieza a preguntarme ¿qué hace un at?, le explico un poco sobre nuestra función. Manifiesta sentirse culpable por no recibir a Marcela, le explico que fue su decisión y que está muy bueno que haya podido decidir, que ella no debía sentirse presionada conmigo, que yo estaba ahí justamente para eso, para ayudarla con aquellas cosas que la angustiaban, por ejemplo: charlar sobre la limpieza, preparar una comida, hacer compras, poder acompañarla al cementerio, etc. Le aclaro también que nuestros encuentros tendrían un final en una fecha determinada, ella acepta y se muestra predispuesta a dejarse ayudar.
Luego de nuestro segundo encuentro, ella manifiesta en su terapia, porqué sentía tanta presión, según lo transmitido por su psicóloga la paciente se pregunta: “¿si es para mi bien y es una ayuda para mí, porqué lo vivo con tanta presión”? En el espacio de supervisión las primera indicaciones tienen que ver con este tema: empezar a poner nombre a las cosas difíciles, ya que la paciente manifestaba que “todo le resultaba muy difícil” que sentía “una cosa atrás, que la perseguía”, que no sabía porqué. Charlamos bastante sobre el tema, y ella misma termina diciendo que sentía la presencia muy fuerte de su madre en la casa, “siento que me persigue”, repetía angustiada. Se mostraba muy enojada por no tener fuerzas para mudarse de esa casa, porque sus amigos le decían que debía irse de allí, que esa casa no la dejaba vivir. .
Además de charlar conmigo sobre estos temas, en todo momento le indiqué que charlara con su psicóloga, no era sencillo acompañarla en estos primeros momentos, ella pedía ayuda pero también cerraba las puertas, diciendo “tengo que poder hacer las cosas sola”, le explique que hacer con un at, sería distinto al hacer acompañada de una amiga. En el espacio de supervisión se me indicó poner atención “al lugar” en que la paciente me podría poner, en el lugar de la madre, o en el lugar de una amiga, en los primeros informes yo resaltaba que desde el primer encuentro, ella me pedía que me sentara en una banqueta y recordaba que “allí siempre se sentaba su madre”. Es ahí, donde un at podía “tomar ese lugar” para introducir un cambio y trabajar con la transferencia, “poniendo algo propio”, y me parecía que ella necesitaba una mirada distinta, la idea era que las cosas que hacíamos juntas, luego lo trabajara en su espacio de terapia, otro motivo de angustia para ella, era que no podía ir al cementerio, le propongo acompañarla, ella insiste “tengo que poder ir sola”, la indicación de su psicóloga era que respetara sus tiempos, que el tema del cementerio debía manejarlo con mucho cuidado. La paciente sentía mucha culpa, de “no ir a verlos al cementerio”
Le propongo acompañarla a cocinar en nuestro próximo encuentro, a que hiciéramos las compras juntas, este también era un tema que la angustiaba, lamentaba en todo momento no poder hacer las cosas como las hacía su madre. Yo pude empezar a decirle que ella podía hacer algunas cosas a su manera, en el horario que ella podía, como por ejemplo: las compras. Le propuse ese día hacer una lista para hacer una tarta de verduras y un flan en nuestro próximo encuentro. Ella no tenía ni idea de qué cosas comprar, charlamos bastante sobre estas cosas: cómo y en qué momentos hacer las compras, cómo organizar su comida de la semana, ya que ella generalmente compraba comida hecha cuando volvía de trabajar, por otro lado esto le preocupaba porque quería cuidar su alimentación. Me parecía que la angustiaba todo lo que tenia que ver con hacer algo dentro de la casa, ya que afuera ella se manejaba muy bien.
El día que cocinamos, me esperó con todos los ingredientes comprados sobre la mesada, no sabía por donde empezar, daba vueltas por la cocina, luego pudo relajarse, le propuse que pusiera música, había comentado que le gustaba la música pero que últimamente no escuchaba. Me habla de sus dos amigas, de cómo cocinan, de las vacaciones juntas, etc. me pregunta sobre cómo hacer cada paso de la tarta, yo para poner un poco de humor le decía que no era experta en la cocina mientras le indicaba cómo hacer. Se pone los lentes que su madre usaba para cocinar “con estos veo mejor”. Este fue un dato importante para trabajar, el tema de “ver a través de los ojos de la madre”, y ayudarla a que pudiera ver ella las cosas con “sus propios lentes”, yo pude decirle en varias oportunidades, que ella veía las cosas de otra manera, y que no me parecía que debía sentir culpa por eso, por ejemplo cuando decía: “a mí no me molesta, señalando el ventanal del comedor, pero si mi mamá lo ve así tan sucio se muere” o cuando decía que a ella no le molestaba dejar a la noche los platos sucios, pero le creaba mucha angustia, “si mi mama lo ve, se muere” ella expresaba en todo momento que a quien molestaría era a su madre, la mirada de la madre estaba ahí en la casa. El comentario de su psicóloga respecto de este encuentro, en que la paciente cocinó acompañada por mí fue: “el hecho de que te haya esperado con los ingredientes comprados demuestra lo predispuesta que está y ya el hecho de que estés allí, tu presencia, tu mirada, es una mirada distinta al de su madre, esto es, una mirada que a ella la habilita y no como la mirada de la madre que la anulaba todo el tiempo”.
Ese día se entusiasma cuando ve la tarta terminada, hacemos juntas el repulgue de la tarta, ella misma se aplaude, a mi me daba la sensación de estar frente a una nena, contenta por armar un juego difícil, “le conté a Silvina que voy a cocinar”, “esto sí que es verdaderamente acompañamiento terapéutico”. Finalizando nuestro horario y después de cocinar una tarta y un flan, se angustia y comenta que el hecho de no ir al cementerio la pone mal durante la semana. Acordamos ese día ir conmigo en dos semanas.
Una semana antes de la fecha acordada, la paciente manifiesta: “prefiero ocuparme de los vivos, quiero volver a cocinar con vos”. Me cuenta sobre el hombre que fue su novio a los 28 años, con el que se reencontró hace unos meses y con el que en la actualidad mantiene relación, según la paciente “una relación que está mal, porque él estaba casado y tiene un hijo”, esto le causaba culpa y le costaba hablar del tema en su espacio de terapia. Conmigo pudo hablar de él en varios encuentros, y además de escucharla le sugería hablar de estas cosas con la psicóloga, que eran importantes, que sus sentimientos eran importantes, y que en el espacio de terapia no se juzga si está bien o no las cosas que uno hace, por el contrario quedarse con la culpa y la vergüenza a la única que perjudica es a ella misma. Sentía que podía decirle esto porque continuamente me preguntaba “¿esto está mal no?, o “siempre hago todo mal”.
Luego de estas charlas sentí que la paciente, empezaba a sentirse mas cómoda conmigo, algo parecía empezar a moverse, charlamos bastante del tema de la limpieza, de las compras, de sus amigas, de la presión que sentía cuando quería salir y “algo le parecía que no estaba limpio en la casa”, le costaba salir y volver a la casa, o quedarse durmiendo hasta tarde los fines de semana, algo que por otro lado decía necesitar ya que trabajaba entre 8 a 10 horas diarias y terminaba muy cansada. Sobre este tema pude decirle que debía cuidar su salud, descansar, disfrutar de las salidas con amigos, que la limpieza a veces puede esperar. La paciente manifestaba en todo momento, su angustia por no hacer las cosas en la casa como las hacía su madre.
El acompañamiento al cementerio no fue sencillo, el día pautado para ir, ella cambiaba de plan, diciendo “tengo que ir sola”, luego de varios intentos, le propongo acompañarla pero no entrar al cementerio con ella, le digo que la esperaría afuera, y que se tomara todo el tiempo que necesitaba para hacer sus tramites, (tramites administrativos que según la paciente estaban muy atrasados), fue así como pudimos ir al cementerio. Ese día la pasé a buscar por su casa, viajamos juntas charlando sobre las fiestas de fin de año, que se aproximaban, de cómo cada uno pasa estas fechas. Llegamos al cementerio y yo me quede en un bar desde donde podía ver su entrada al cementerio, la espero unos 45 minutos, luego nos encontramos y lo primero que me dice, es que se sentía bien, que fue distinto ir esta vez, que no se angustió, “deje todo limpito”. Se la veía tranquila, me dice que puede volver sola a la casa, que no me preocupara, “estoy bien en serio”.La acompaño a la parada del colectivo, espero a que ella lo tome, sube y me saluda con la mano, (no me quedé muy tranquila) calculé el tiempo en el que estaría llegando y la llamo a su casa para preguntarle si llegó bien, “si estoy muy bien, mil gracias por acompañarme”. Me quedé pensando en cómo ella ponía los límites y decidía hasta donde quería ser acompañada, esto es algo que lo manifestó desde un principio cuando decidió que no quería dos at, y algo que pude ir captando y respetando en cada encuentro.
Luego de este encuentro, manifestó sentirse aliviada, “creo que estoy tomando conciencia de que mi mamá esta muerta”, recordó algunas cosas de su padre, nombró muy poco a padre durante el acompañamiento, “siento que estoy creciendo”, “estoy aprendiendo”, eran algunas frases que la paciente repitió varias veces durante el acompañamiento y especialmente después de ir al cementerio pudo empezar a pensar en sus vacaciones, en chequeos médicos que tenía que hacerse. Una semana antes de las fiestas de fin de año brindamos juntas y charlamos bastante que sus ganas de hacer un viaje por una semana con unos amigos, y de su viaje de vacaciones a Córdoba a un pueblo llamado Salsipuedes, viaje que decidió hacerlo sola, y para este viaje, pude acompañarla a comprar los pasajes de ida y vuelta. Otro de los temas que habló bastante conmigo en estos días era de su relación con Roberto, decía que estaba disfrutando un poco más de las salidas, de que a veces tomaban mate juntos, en todo momento le fui indicando hablar con su psicóloga de todo lo que para ella era importante. Un día me cuenta que se sintió feliz en su casa, que puso música y bailó sola en el comedor, que empezaba a sentirse menos culpable, le pregunté si eso que me estaba contando se lo había contado a la psicóloga, ella me mira y se sorprende, se ríe, le digo que lo que estaba contándome me parecía muy bueno y que también estas cosas que le pasaban eran importantes y le sugería contar en su espacio de terapia, ella decía que todas las terapias anteriores, los temas eran: su relación con su madre, sus miedos, su inseguridad, su soledad, yo le pude decir que sus alegrías también podían ser un tema de sesión, ella se sorprendía, se reía, y terminaba diciendo: “siempre se aprende algo” o “estoy aprendiendo”. Cuando charlábamos de estos temas, ella decía que le gustaba el tono con que le decía las cosas, y también en varías oportunidades, se refirió al tono con que su madre le hablaba. El tema de lo que significaba para la paciente, “los tonos” con los que se le hablaba, también me fue indicado por su psicóloga y las tuve muy en cuenta en todo momento.
Faltando apenas dos encuentros para finalizar el acompañamiento, me pide que la acompañe al departamento de dos ambientes que ella compró cuando aún su madre vivía y al que no podía mudarse aún, irse de la casa en donde vivió con su madre era algo que le resultaba difícil, no había podido ir al departamento en el ultimo año, esto también la angustiaba, ya que decía que “esta todo sucio”, “si mi mama ve así se muere”, (frase que repetía cada vez que se animaba a hacer algo) “la que iba a limpiar era mi mamá”. El día que la acompañé, fuimos caminando unas 12 cuadras, y me cuenta cómo fue que compro ese departamento y porqué eligió ese lugar, “ese fue mi barrio cuando era chica”. Y según ella quería volver a vivir allí antes de jubilarse ya que le quedaba cerca de su trabajo, y que luego se mudaría a un barrio que siempre le gustó mucho, Almagro, barrio en el que casualmente yo vivo, pudimos charlar bastante ese día sobre su deseo y sus planes para mudarse,
Llegó el ultimo día de acompañamiento, ella decide despedirse de mí una semana antes de lo pactado para la finalización de la práctica, para ese día organizó su viaje a Salsipuedes, me había una pedido una semana antes, que la acompañe hasta retiro, pero ese día decidió ir sola, me recibió en una casa totalmente desordenada, con sus cosas para el viaje.
Ese último día me cuenta que pasó bien fin de año en Mendoza, pero que está un poco preocupada porque su amiga Martha con quien viajó, está con problemas con su pareja, Jorge el marido de Martha, tuvo un “comportamiento raro conmigo”. En la semana vino tarde a su casa a contarle cosas de la pareja. “me siento mal, mi amiga no sabe nada”, “decime algo por favor”, me pide. Lo único que pude decirle fue que tendría que aclarar las cosas con el marido de su amiga, que se tranquilizara y que aprovechara el viaje para pensar y despejarse. “tengo miedo de perder a mi amiga”. Charlamos un rato del tema y se quedó mas tranquila. Le recomiendo que cuando vuelva, charle con su psicóloga de todo lo que charlo conmigo, que ella la va guiar en cómo ir resolviendo el tema. Me cuenta que al psiquiatra va a volver recién en dos meses. Está contenta por esto, por que siente que está mucho mejor.
Dice que prefiere no pensar que es una despedida, “me hizo bien charlar con vos”. “me guarde tu numero de celular”. Yo le vuelvo a aclarar que se termina una etapa y que se podría contactar conmigo pero a través de su psicóloga.
Dice que el acompañamiento le hizo muy bien, “te voy a recordar cuando cocino”, dice que no le dan ganas de cocinar, pero que ya no le angustia como antes el tema, “estoy aprendiendo a hacer las cosas cuando tengo ganas” dice que con Silvina, su psicóloga, charla mucho de las cosas que le molestan, me agradece por que siente que con el acompañamiento se le abrieron otras puertas. Pasaron dos horas, le pregunto si prefiere quedarse sola para terminar de preparar sus cosas, “si, mejor”, “no quiero llorar”, Me abraza, y dice que seguramente nos volveremos a ver. “necesito irme sola, tengo que poder hacerlo”, tuve la sensación de que necesitaba irse. Le desee felices vacaciones, que disfrute y descanse y que cuando vuelva se conecte de nuevo con las cosas que quedaban pendientes de resolver.
Nos despedimos en medio del desorden de su casa, yo sentí que había un cambio en la paciente, un cambio que ella buscó, porque era muy clara contando lo que le pasaba, pero para ese cambio necesitó que alguien la acompañara, me sentí bien con el trabajo como At, sentí que la “mirada prestada” a esa mujer de ojos muy claros, sirvió para mover algunas cosas dentro de su casa.