Autor: Sandra B. Sarbia
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…Volviendo una y otra vez a los tiempos necesarios en la tramitación de un duelo, la autora recorre, tomando concepciones formuladas por Freud e incorporando los aportes que hace Lacan, diferentes coordenadas que nos permiten pensar las vicisitudes de un duelo.
Del trabajo de duelo freudiano a la función de duelo en Lacan, con algunas diferencias.
Ubica diferentes piezas a tener en cuenta tales como el concepto de duelo en la teoría psicoanalítica; su función subjetivante; el límite de la estructura; el duelo por el padre; el cuerpo y el duelo; las operaciones de castración que se reactualizan en cada nueva pérdida; los ritos necesarios. Piezas que resultan ser los ingredientes del texto.
Recorre freudianamente los tres tiempos del duelo que van desde haber ocurrido una pérdida real acompañado de una situación renegatoria por parte del sujeto, un «ya lo sé… pero aún así» tiempo en que el sujeto aún no puede aceptar eso como perdido. Prosiguiendo por un trabajo de simbolización, un desasimiento pieza por pieza para ir liberando poco a poco la libido (camino éste cerrado en el caso de la melancolía) Y llegando hasta lograr perder simbólicamente aquel objeto, como una segunda pérdida, para lograr dirigirse hacia otros objetos.
En ocasión de cada pérdida, será necesario un trabajo que permita hacer ceder a la renegación inicial para dar paso a la posibilidad de perder ese objeto.
En la situación de pérdida real de un objeto se produce un agujero que el significante no alcanza a suturar, un desorden en el orden significante, pudiendo ser la antesala de un duelo según como éste prosiga. En este momento algo de una reconstitución significante se hace necesaria como tejido que, a manera de trama significante, produzca un trazo sobre ese real.
A. Dreizzen nos explica como ese objeto reenvía al sujeto a un lugar de privación, y lo deja a él mismo privado de poder nombrar, cercar esa falta en lo real. Puesta a prueba para la estructura en la que sucumbe el sujeto si faltan los recursos simbólicos necesarios para atravesar tal prueba.
Rescata la importancia para el ser hablante, de todas aquellas inscripciones identificatorias que nombran al sujeto. Desde el nacimiento, acompañado de una partida de nacimiento, hasta la muerte, certificada de un acta de defunción, se ubica toda una serie de inscripciones que legalizan el lazo del sujeto con la comunidad en que habita.
Legalizaciones que por estar inmerso en un mundo forzosamente simbólico, no carecen de importancia para un sujeto.
Al lugar de un intento de inscripción es que van los ritos funerarios, característicos de cada comunidad, intentando nombrar algo de ese agujero en lo real que produce la muerte de una persona. Algún trabajo de inscripción se hace necesario, que lo que murió en lo real, muera en lo simbólico. Una segunda muerte.
Y ubica que allí donde se impiden los ritos funerarios, no puede operar el trabajo del duelo, se interrumpe. La omisión de ese acto de inscripción promueve el detenimiento del trabajo en ese primer tiempo del duelo en que el sujeto reniega de la pérdida. El rito funerario regula así a la angustia, aportando una inscripción simbólica sobre el agujero en lo real.
Según Freud, en todo duelo patológico, existe cierta disposición enfermiza. Aunque el sujeto pueda saber qué perdió en lo que se perdió, en ocasiones no puede inscribir su falta.
Algo se ha detenido, se encuentra atascado en los tiempos de su tramitación.
Se pone en juego la incapacidad del sujeto para disponer de la falta, para efectuar alguna operación simbólica con aquello que es una pérdida real y desestabiliza la estructura.
Y sexualidad y muerte vuelven a recordarnos que hay lo que «no cesa de no inscribirse» Lo inasimilable, huella de lo traumático en Freud.
A. Dreizzen nos comenta que en la clínica, un duelo atascado o detenido, se presenta con la presencia de fenómenos en vez de síntomas.
Fenómenos que son del orden de un hacer, mostrar, escenificar, que se repiten en un intento fallido de inscribir lo traumático de la pérdida. Fenómenos del orden de la mostración, se tratará de hacerlos ingresar en la trama simbólica. Entre éstos se incluyen, frecuentemente, una lesión psicosomática, un acting out, un pasaje al acto, algunas adicciones, anorexia-bulimia, una alucinación. Algo de lo imposible de ser articulado vía significante, se muestra en esos fenómenos.
Diferentes a los síntomas en transferencia (como manifestaciones del inconsciente) que son del orden de un decir, que se articulan por la vía significante.
Convertir algo de esos fenómenos en un síntoma bien podría ser una maniobra analítica: que eso que hace, sea dicho. Que lo que se muestra se articule en un decir. Maniobra no siempre posible.
Al universo científico se le escapa continuamente la dimensión gozante del cuerpo, por lo tanto la apuesta es producir una dialectización de aquello que se encarnó como fenómeno en un cuerpo que sufre.
Trabaja la función de duelo que Lacan postula, ubicándola como «resorte fundamental de la constitución del deseo», como momento subjetivante. Siendo que un duelo es ese momento singular en que se inscribe un trazo nuevo, creación simbólica que recubre el agujero producido en lo real por la pérdida ocurrida.
La función de duelo permite elevar la pérdida a la categoría de falta, cierta inscripción de la castración. El trabajo de duelo, rescata A. Dreizzen, es una singular ocasión donde el sujeto puede acceder a un desarrollo de verdad, nunca absoluta, acerca de los tiempos de constitución del objeto teniendo en cuenta los límites de la estructura.
Respecto del desorden significante producido por una pérdida, esta función vendría a subjetivar dicha pérdida.
Retoma, aludiendo a las fórmulas de la sexuación, la concepción lacaniana del complejo de castración: como nudo en la estructuración de los síntomas; y en la instalación por parte del sujeto en una posición sexuada que le permita identificarse con uno u otro sexo. Y los diferentes modos de tratar con el goce: femenino o masculino, que acarrean diferencias al momento de la tramitación de un duelo. Siendo que para un sujeto en posición femenina lo más importante tal vez sea haber sido abandonado por una persona amada; en el caso de un sujeto en posición masculina prevalecerá la herida producida en la imagen de sí y el dolor por la humillación.
Propone una lectura del duelo en el nudo borromeo: un agujero real que produce un desorden en la trama simbólica perdiendo así su localización la falta. Se pregunta ¿En qué cuerpo duele un duelo? Y responde: en un cuerpo imaginario.
Sacudimiento fantasmático. Dolor en el cuerpo imaginario, mortificación en el cuerpo imaginario.
Ahora, frente a la pérdida, si el sujeto no posee recursos simbólicos suficientes, responde con la producción de fenómenos en el cuerpo real, orgánico.
Se hará necesario producir un tejido simbólico sobre el agujero producido en lo real que causó la pérdida que pueda frenar el dolor a nivel narcisista.
Siendo que el primer duelo, fundamental en la estructura, es la castración, nos encontramos con que cada duelo reeditará algo de este orden. Cada nueva pérdida reactualizará algo del objeto irremediablemente perdido (perdido desde la experiencia para Freud y por estructura, para Lacan)
Pérdida que constituye una falta que pone en marcha los procesos de subjetivación, que causa, que motoriza.
Si la inscripción de la castración siempre resulta en algún modo fallida, nos indica que algo de esta falla retornará insistiendo, de diferentes maneras en la vida de un sujeto.
Cito textual: «¿De qué duelo se trata en el recorrido de un análisis? Sin duda de uno fundamental, el de alcanzar las fronteras más inaccesibles de la castración, pero sin soslayar o, mejor aún, atravesando los otros duelos. Duelo por el objeto amoroso ausente, duelo por el otro sexo, duelo por el asesinato del padre, duelo por la lozanía del cuerpo, duelo por lo que no fue. Algunos lo cursan con dolor, desgarradura que lastima el cuerpo» Y un final de análisis coincidiría con la tramitación de un duelo por el yo ideal, espejismo que constituye al narcisismo en que el sujeto se pierde.
La maniobra analítica consiste en una intervención en lo real que acote el goce, tocando el real que comporta la fijación pulsional, dando lugar al deseo. Goce que siempre es sustraído de manera fallida, quedando siempre en exceso, de más. Hacer ceder al goce en pos del deseo. Tornar al objeto que funciona como plus de goce, hacia su operatoria como causa de deseo es parte del transcurso de un análisis. Acto analítico que por la vía de extraer goce re establece el lugar del objeto como falta, causa así del deseo.
Castración de goce que se hará necesaria transitar durante los tiempos de un duelo.
El escrito es un comentario de texto realizado para el portal www.elsigma.com sección Lecturas en Junio de 2002. Pueden encontrarlo en https://www.elsigma.com/lecturas/los-tiempos-del-duelo-de-adriana-bauab/2104