Autor: Matilde Sosa
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“Yo vide una garza mora, dándole combate al río”
(Tonada de La Luna Llena) Simón Díaz;
La vi cuando hacía un trámite por la pandemia. En el momento en que el formulario requería ¿edad? airosa respondió sin dilema a sus casi setenta. Sin más se disponía a proseguir, hasta el santiamén en que el empleado inquirió ¿lugar de nacimiento…?
Su identidad rebasaba aquel minúsculo detalle de país, ciudad o cualquier otra data demográfica que le solicitaran. Pude observar entonces que a contramano del desenfado anterior; en ese abrir y cerrar de ojos ella se quedó callada en tensión, pues así operan las certezas en vela. El vestigio insiste en golpear hasta dar con la puerta.
Taciturna con un silencio atronador palideció a la vez que ardía, arrebatada por un concebir a destiempo justo ese día.
Llovía sobre mojado, el riesgo reactiva el derrumbe ante un nuevo temblor, tanto que pudiendo volver a hablar con voz clara, enmudeció.
Me di cuenta y quedé cercana, sin invadir su estima, ni rozar su pluma de garza.
Ella es muchas ellas, pensé y ajusté cierta función exponencial que tienen las garzas. Luego me detuve en el acting con que acomodó las gafas por encima de sus sienes. En ese movimiento entendí el minuto que, ante el estrado, toma todo declarante que presumen culpable. Estrategia para bajar la cabeza y ocultar la dolorosa introspección que acarreaba por décadas. Máscara sin dramaturgia, toda ella. Todas, todos
Vi el quiebre cuando el suelo sostén de sus apoyos, la separaba de su peso. Inconfundible tabletear de balas, así sentí el fragor de la roca cuando emerge su magma. El deslave sobre aquel rancho y techo de sobrevida se desmoronaba, también la privación naturalizada. Tras explotar, asomaron ríos de lágrimas en lava. Recé para que fuera este, su último combate y para que no se lastimara más, inminente ya desbordaba su defensa y muralla.
Yo la vi; era ella la Garza, la de aquella tonada legendaria, “dándole combate al río” y las garzas eran muchas ellas, y ellos y otros, nosotros
Necesitaba una pausa; una breve interrupción con la que detener todo nuevo acto, y retrasar toda nueva respuesta. Una pausa con la que, al fin, la compasión la acaricie a ella y a los otros, en el proceso exacto, cuando lo inexorable abre paso a la evidencia, a la conciencia plena del desastre, la humanidad naciendo y muriendo a la intemperie del amor
Cara a cara. La soledad es costumbre, gentilicio territorial de los nacidos en tierras de desvalimiento o desamparo- a la intemperie del amor –
“Valerse por sus propios medios” -testimonia la raza.
Vi que buscan a tientas Luz y que el olfato les lleva, en la mejor de las suertes, por fuera del alud. Aprisionados aún, pero con sus manos enyuntas, por encima del pecho; entre el corazón y la tráquea; desde el medio del plexo en plegaria…con pertrechos de la nada construyen identidad que les toma por asalto sus chakras, y a pura ética- como solo puede lo sagrado-, trazan nuevas ciencias, nuevos vuelos, rutas y letras con que escriben sabidurías, cual venerable dharma de garzas.
La vi salir entonces del recinto, se apoyó en la primera tapia cercana; la primera, donde emergentes y malandras junto a ella, acomodan sus huesos y sus trazas. La primera suficiente, para el peso de décadas y desprenderse de alertas y culatas.
De a poco en tanto se pueda respirar…inventariar secuelas, exhalar apenas el nombre del territorio en el que la existencia les depositó la infancia. Ya sobrevivientes, con precisión toponímica, aquel exiguo lugar de nacimiento hacerlo memoria, historia, verdad, justicia y en aquellos campos, ojalá, enterrar las muertes.
Ya al rato la vi con una mirada compleja, sin condenas. Y hasta pude ver al trasluz de su iris de cielo abierto, la colonialidad y el vasallaje a que fue expuesta. También la urdimbre de sus valores que tejió en red con esos pueblos.
Supo aprender de los demás, con la humildad de los que nada tienen, recibió la generosidad de líderes, monjes y siervos; tutores y pueblos, le hicieron lugar. Les retribuyó igual, alojando.
A los de esos pueblos cuando les duele “dizque es el esqueleto”, pero sé que es el territorio, porque les desvalió en fragilidad y por puro pudor ajeno, su intemperie ya ni lloran, más que en cante jondo como dijera Lorca “uno llanto y otra sangre” rezan. Territorio que, aunque es propio, no celebran. Territorio sin himno, bandera, conmemoración de multitudes, ni intimas navidades, cumpleaños de Jesús, de Buda, ni de otros, mucho menos festejo patrio, ni carnavales, ni corso. A ella aún le resulta innombrable porque además compactado a golpes de nuez , siendo hembra, los soportó parejo pues esa catástrofe desgañita desamparo hasta el pellejo.
La construcción, pensé, acaso sea el modo que tienen los nacidos en desvalimiento, para gestionar el permanente riesgo de volatilidad de escenarios y desintegración…
Finalmente ella ingresó a su trámite. Posterior al rescate de su posición de verdad, al mismo empleado le dijo ¿Señor, puedo responderle ahora?¡Sí cómo no! Le contestó. Y ella a lomo de su trayectoria, ya vaquiana del territorio que reconoció como propio, pudo dar un lugar de nacimiento, pues sentenció que como el linaje, accidente, incidente menor. Así la documentación de los pobladores de esos territorios aún en migración.
El empleado le dio el número. Ella mientras esperaba su turno, cuando se sentó me miró y me vio en cercanía y me dio su bendición.
En esta catástrofe planetaria pensé, si para vivir hay quien deba dar tanto combate, pues… toda garza tiene rostro y es aún aquel que desconozco. Tal vez sea cuestión de acompañarnos en la diaria y anónima el modo de conectar, apoyar y proteger, para que el desamparo no sea este territorio global en riesgo.
Enero de 2022