Vanesa: la pregunta por el daño

Autores:  Jorge Alejandro Cabral y María Fernanda Pérez

Este trabajo fue presentado en la jornada de Acompañamiento Terapéutico  «Acerca de la práctica» organizada por At Lazos y realizada en la Universidad J. F. Kennedy en abril de 2003.

INTRODUCCIÓN

El siguiente texto está referido al pasaje, en el tratamiento institucional, de una niña  con graves dificultades en lo que podríamos denominar la constitución de su aparato psíquico.

Vanesa fue evaluada para su admisión a nuestra institución en el Hospital Tobar García. Lo primero que llamó la atención en la niña era el despliegue sintomático que presentaba: escupía, se subía a la cama y se tiraba queriéndose lastimar, mordía a la acompañante terapéutica, se introducía elementos  o sus dedos en la vagina, su lenguaje  no poseía una estructura sintáctica esperable para la edad y era de carácter procaz, se desnudaba todo el tiempo, con una gran excitación psicomotriz. Presentaba enuresis. Así como una tendencia a ponerse en situaciones de riesgo.

Al momento de su ingreso a nuestra institución tenía la edad de cinco años y medio. El mismo se produce el 18 de marzo de 1998.
Paralelamente al abordaje institucional, Vanesa recibía una atención psicoterapéutica individual y familiar.
Las observaciones están referidas al trabajo en sala y los comentarios a las hipótesis que fueron estructurando dicho trabajo desde el comienzo, y a través de la evolución de Vanesa.

OBSERVACIÓN DE LAS PRIMERAS SEMANAS: Se presenta ambivalente, por momentos se comporta como una niña dulce, simpática, cariñosa y  en otros momentos es muy agresiva.
Hay una casi  permanente estimulación de tipo sexual, se introduce objetos en la vagina o se frota contra muebles. Hace movimientos copulativos, por ejemplo con un juguete. Escupe, pega, muerde y luego pregunta si su agresión le duele a la persona agredida.

En ocasiones avisa que se quiere tirar de la escalera y así lo hace. Se desnuda constantemente.  Se expone a situaciones de peligro. Se rompe la ropa constantemente, rompe los juguetes. Se autoagrede o amenaza con hacerlo.

Tiende a tocar  los genitales de los adultos. Provoca a los demás pacientes más grandes para que reaccionen contra ella y la agredan. Presenta un lenguaje procaz. “Juega” con productos de su cuerpo (pis, caca y  saliva).
En ocasiones llora sin lágrimas. Se perciben manifestaciones inadecuadas desde el punto de vista afectivo.

No puede exteriorizar del todo sus sentimientos, por lo que entra en crisis de llanto aparentemente inmotivado.
Su manera de comunicarse, ya sea solicitar algo o de demandar atención por parte del adulto es mediante la agresión. Los juegos corporales la desorganizan, y todo contacto directo la moviliza produciendo posteriormente un estado de excitación psicomotriz.

COMENTARIO: La niña presenta un cuadro con componentes de: exhibicionismo, impulsividad, autoagresión, heteroagresión, excitación psicomotriz, conductas bizarras de contenido sexual. Autoerotismo.
Como ocurre en ciertos casos donde ha existido abuso sexual, era muy difícil acceder de manera fidedigna a la historia de la niña.

La hipótesis, dado el cuadro, era que la niña había sufrido una situación de abuso sexual. Una situación de abuso donde lo traumático no era sólo una parte del funcionamiento psíquico sino que estaba en lo constitutivo mismo.
Exponía permanentemente su cuerpo a la intervención del adulto, ya sea por que se masturbaba compulsivamente frente de otros, ya sea porque se desnudaba en todo momento, ya sea porque se orinaba y debía cambiarse de ropa. En este sentido la intervención del adulto estaba interdicta, ya que todo cuidado del adulto hacia la niña era “leído” por ésta con relación al abuso sufrido.

Es decir que existía una total falta, no sólo de discriminación, sino de criterio de realidad con relación al adulto que la podía cuidar y de aquel que la agredió. Pero no era sólo eso sino que el componente sexual-traumático inundaba todas las áreas de su vida psíquica, constituyendo casi un elemento puro de toda su conducta.

Se considero la siguiente estrategia con vistas a resolver:
-por un lado  la situación sintomática sin un contacto directo corporal
-por otro la integración grupal.

Se plantearon las siguientes pautas de abordaje:
Ubicar lo normativo por sobre el contacto corporal. Posicionar a la sala y a la acompañante dentro de un encuadre de intercambios simbólicos. Es decir que las manifestaciones de orden sexual (exhibicionismo, masturbación compulsiva, etc.), como las agresivas eran sancionadas (en el sentido como se dice que se sanciona una ley) como un “quedar afuera”, un no ha lugar del cuerpo que como niña poseía. Este posicionamiento no era una penitencia, que la niña hubiera sentido como agresivo en ese momento y que hubiera caído dentro de su dialéctica agresor-agredido, sino el abrir el espacio simbólico para que un adulto pudiera ocupar un rol materno y que no fuese identificado al agresor o al seductor.

Se tomó esta posición ya que el adulto no  podía tocar su cuerpo, literalmente, porque esta situación la remontaba a la escena de seducción  traumática de manera inmediata y la llevaba a la desorganización psíquica.  En este sentido la norma funcionaba además como un parapeto simbólico a las mociones traumáticas

La paradoja era que con ella no se podía trabajar desde el narcisismo materno porque tenía una incapacidad de recibir afecto porque era vivido por ella como abuso pero, a la vez, necesitaba de contención porque se encontraba psíquicamente desbordada.

Su autoerotismo estaba dado en alto grado por los traumatismos sufridos, ante  la incapacidad de simbolizar. Los diques pulsionales estaban sin constituirse.

Se intentaba con esta estrategia, además, dotar a lo simbólico de una preponderancia mediante el sistema de reglas y normas con el cual se empezó a trabajar.

OBSERVACIÓN DE JUNIO DE 1998: Está ampliando sus vínculos con personas y objetos. En su actuar se pueden observar tres conductas:

-la actividad grupal que se da dentro de un lapso corto de tiempo,
-la actividad individual dividida en juego simbólico (que se da durante poco tiempo) y en juego de ejercicio (que la duración es mucho mayor). Los juegos de ejercicios consisten en: a) juegos de encastres; b) juegos de circuitos (la sala se divide en distintos espacios habiendo en cada uno diferentes tareas y rotando cada uno de los niños en dichas tareas); c) se excluyen los juegos psicomotrices,
-y por último momentos de excitación donde presenta agresividad física y verbal (previamente se quita la ropa). Aunque estos momentos están disminuyendo en consecuencia de la estrategia del sistema de normas (estar vestida y no agredir a sus compañeros).

Se incluyen señalamientos que mediante el registro de la acción propia tiendan al posicionamiento subjetivo,  como pedir permiso o disculpas (para el caso de la agresión).
Manifiesta una conducta altamente egocéntrica imponiendo exclusividad con los objetos y personas.
La relación con materiales de trabajo es, por momentos, cuidadosa y agresiva por otros.
Aparecen las primeras formas circulares para la representación de personas. Su relación con la tarea oscila entre momentos de colaboración y rechazo. Parece no ser de su predilección los juegos corporales, sólo los que realiza por iniciativa propia.

Predominan “juegos” del tipo: “Juegos para hacerse daño”. Estos “juegos” son conductas de ponerse en riesgo y preguntar si se va a lastimar o la situación le va a producir algún daño.
Es reiterativa en algunas expresiones, especialmente las que toman a la pared como una persona del tipo: “pared no le pegues”, “no rompas eso pared”. Con frecuencia habla en tercera persona y arma diálogos asumiendo ella misma dos roles complementarios.
Respeta las normas en la mesa. Logra mas autonomía en vestirse sola.

COMENTARIO: El encuadre implementado logra un relativamente rápido cese del autoerotismo. Comienza una paulatina  incorporación de lo normativo.

Este movimiento se da paralelamente a la transformación de lo pasivo en activo luego de la  aplicación de las normas propuestas. Transformación en el sentido de su posicionamiento subjetivo respecto del cuidado de su propio cuerpo. Única resolución posible en ese momento: que la niña tomara un rol activo en el cuidado; en realidad, un rol respecto del cuidado en el sentido de la apropiación subjetiva de su propio cuerpo.

En este sentido que por desvestirse permaneciera fuera de la sala no sólo estaba indicando una sanción a la cuestión del habito sino que implicaba fundamentalmente una caída del ‘ofrecer su cuerpo al otro’, al goce del otro. Es decir, caída no sólo del autoerotismo sino de su especial relación al otro. Este era el sentido fundacional para constituir un cuerpo del cuidado y la ternura. Un cuerpo de la niñez.

En el mismo movimiento se hacía una apuesta a sus mociones menos patológicas dado que era ella misma la que debía salir de ese lugar asignado por su experiencia traumática. Era ella misma la que debía tomar un rol activo respecto al lugar que ocupaba. Esta apropiación comienza a producirse. Los “juegos  para hacerse daño” comienzan a adquirir un carácter menos traumático. A la vez que se trasladan al plano de la palabra disminuyendo la preeminencia del acto. En este sentido “la pregunta por el daño” cobra toda su importancia porque permite diferenciar su posicionamiento respecto del “ofrecer su cuerpo al goce del otro”. Preguntar delicado porque, en los primeros momentos, sólo una mirada no advertida del otro, precipitaba a Vanesa, desde la pregunta al acto de hacerse daño (que implicaba la auto-agresión o el dejarse caer por las escaleras). No era una simple pregunta que se pudiera contestar desde la “realidad” de las cosas que le podrían hacer daño y que la niña supuestamente ignorara. No, era una pregunta que tendía a sumar al otro a la escena de “hacerse daño” (incluso desde el mirar) y era una pregunta por “el daño del otro” entendido esto en su sentido traumático-sexual. 

La constitución de este rol activo pasa a ser incorporado al juego simbólico. La trasformación producida en relación al autoerotismo se comienza a vislumbrar en la conformación de un incipiente Yo.

El desprendimiento paulatino de lo real del acto y del cuerpo permite el establecimiento de corrientes afectivas ausentes hasta ese momento.

OBSERVACIÓN DE JULIO-AGOSTO DE 1998: Cambios notorios en su conducta. Se percibe  un traslado de toda su carga afectiva a la relación con su acompañante. Lo que trajo como consecuencia su permanencia, de forma estable, en la sala con su grupo.

No deambula por el establecimiento, no busca la agresión de los pacientes más grandes, como era habitual en los primeros tiempos.
Se produce un cambio en el vínculo: no es de confrontación sino que busca otro tipo de acercamiento con su acompañante.

Aún continúan las agresiones hacia los compañeros de su grupo (más débiles que ella), pero no son constantes sino que se producen de manera esporádica.
Se producen crisis de excitación psicomotriz cuando se retira del Centro Terapéutico-Educativo. Se da sobre todo cuando el ómnibus escolar que la traslada permanece estacionado, antes de partir y en el momento de la llegada. Durante el viaje permanece tranquila casi siempre al lado de su maestra.

COMENTARIO: Los momentos de crisis de excitación se interpretan a partir del corte que se produce al tener que separarse del otro significativo, en este caso su acompañante.
Este corte lo vivencia como una especie de abandono, de desgarro, del incipiente vínculo que está formando; su manera de tramitar y de manifestar esta vivencia es a través de la desorganización, que todavía tiene como conducta principal a la agresión.

Pero lo que estas crisis ponen de manifiesto es la constitución de una frágil membrana narcisista, sostenida en este caso en la persona del acompañante. Frágil membrana que necesita de la presencia concreta del otro para su propio sostén, pero que en la alternancia de separación-unión permite vehiculizar lo simbólico ahí donde este es presentificación de la ausencia.

La estrategia terapéutica apunta a elaborar simbólicamente estos momentos de separación y a apuntalar, aún desde lo concreto, desde una posición con relación al rol materno el incipiente narcisismo de la niña. Esta estrategia es, también, un dotar de elementos representacionales que  permitan la constitución de un entramado yoico. Constitución yoica que le permitirá distanciarse tanto de la preeminencia traumática del acto como del desgarro de la frágil formación narcisista.

En este sentido el llanto, que aparece en estos momentos, se hace manifiesto con lágrimas, a diferencia de los primeros tiempos donde no se percibía una clara manifestación del dolor emocional, es mas podríamos decir que este no estaba constituido –lo que existía era la brutalidad del “daño” en su degradación afectiva-, como no lo estaba la función de cuidado, de ternura, que es su contrapartida. En este sentido se produce  una nueva organización desde el punto de vista afectivo-representacional.

OBSERVACIÓN DE SEPTIEMBRE DE 1998: Comienza a internalizar las pautas de trabajo y de las actividades de la vida diaria aceptando normas y reglas generales de convivencia grupales e institucionales. Aumentó su actividad grupal diaria disminuyendo su egocentrismo, y también disminuyó su actividad individual pudiendo hacer participar a sus compañeros.

Los momentos de excitación se presentaron con menos frecuencia pudiéndose observar que generalmente se relacionan con el dar un cierre a alguna actividad: guardar los elementos de trabajo, retiro del Centro Terapéutico Educativo, o al finalizar sus producciones.

Continúan las crisis en los “juegos” de contacto corporal y, también, cuando muestra sus producciones.
Se observa que “los juegos para hacerse daño” no los efectúa con la frecuencia que lo hacía.
El juego evolucionó realizando imitaciones diferidas y se acentúa el juego simbólico que generalmente remite a escenas de la vida cotidiana (cuidar al bebé, tomar el té, ser el doctor, etc.).

Cuida los materiales de la sala, cuando en otro momento se tornaba difícil que no los destruyera. Se observa un aumento de su producción gráfica.
Colabora, y manifiesta disposición y aceptación del encuadre de trabajo.

En el trabajo pedagógico individual se observó que en un principio sus producciones son para alguien, luego en un posterior momento las rechaza, las niega o amenaza con destruirlas.
En cuanto al dibujo a las formas circulares comenzó a agregarle ojos.

Debido al tipo de problemas que presentaba Vanesa en los primeros tiempos se hacía muy difícil su inclusión en las propuestas de socialización del grupo. Motivado por los cambios presentados comienza a participar de las distintas salidas programadas.

COMENTARIO: A la estrategia del sistema de normas se agregó el trabajo sobre cuestiones vinculadas a la anticipación. Esta propuesta estaba dirigida a constituir un momento anterior al acto de tal manera que la niña pudiera, simbólicamente, tener presente las acciones antes que estas se produzcan. En este sentido, sobre todo, se anticipaba los momentos de corte, término de una actividad y de separación del adulto significativo.

En esta propuesta se incluía la posibilidad de elaboración, a través de la palabra, de los afectos concomitantes a las situaciones críticas.
En el mismo eje se trabajó sobre la aceptación de la producción gráfica como propia y como proyección de su misma individualidad en el sentido de una apropiación y cuidado de la misma. El objetivo era producir una separación entre su producción simbólica y lo ligado directamente a su cuerpo.

La preeminencia de lo simbólico se pone de manifiesto con la evolución presentada en relación a lo gráfico, la imitación diferida y al juego simbólico. En el juego se producen las primeras identificaciones a roles que implican una función de cuidado.

El conjunto de estas manifestaciones comienzan a marcar un viraje  tanto desde lo intrapsíquico como de lo intersubjetivo.
La constitución de una membrana narcisista  así como la formación de corrientes afectivas tiernas posibilitan un cambio de posición respecto del otro adulto, del otro del cuidado; asociado hasta ese momento a su estructuración traumática. 

La posibilidad de participar en propuestas que implican el ámbito público indica una incipiente formación de los llamados diques pulsionales como la vergüenza y el pudor, que constituyen los puntos de partida para la disposición para las actividades sociales.

OBSERVACIÓN DE OCTUBRE DE 1998: Durante el viaje en el ómnibus escolar manifiesta un marcado interés en hablar de diversos temas con su acompañante. Le gusta ver todas las cosas de afuera; presta atención a la plaza, a la iglesia (saluda a “diosito” y dice: “hoy le voy a pedir que me haga más buena”), etc.

Ahora se la puede tomar de la mano, ella misma a veces busca el contacto.
Se interesa por trenes, hamacas y otros objetos que le producen curiosidad.

COMENTARIO: Debido a la estrategia implementada se comienza ha percibir una disminución en su nivel de impulsividad.
Aparece un disfrutar del diálogo, especialmente en los momentos de despedida de su acompañante; lo que permite una ampliación de su capacidad representacional y simbólica.

En el plano del lenguaje, de todas maneras, se mantiene una estructura donde predomina el uso de la tercera persona para referirse a acciones propias.

Aparece, también en el plano del lenguaje, una confusión respecto de la diferenciación de cuestiones adultas e infantiles. Se evidencian elementos parasitarios adultos en la conformación de su entramado identificatorio. Esto resulta manifiesto especialmente en los diálogos con la niña.  

El campo de sus intereses se amplía tanto en sentido intelectual como del uso de ciertas partes de su cuerpo que antes se encontraban tomadas por la constitución traumática de su psiquismo y a las que  la cultura les asigna un rol instrumental, por ejemplo las manos.

Evidencia una posición activa para poder elaborar las situaciones de cambio. En referencia a las separaciones son vivenciadas de manera que no implican un desgarro.

OBSERVACIÓN DE DICIEMBRE DE 1998: Dramatización: “Juego de la casita”. Este juego consiste en la realización de todas las actividades cotidianas de una casa, a partir del “armado” de la misma con sus espacios diferenciados.

Participan todos los compañeros del grupo (4).
Vanesa participa en “el armado de la casita” (utilizando mesa, colchonetas, frazadas, etc.).
Juega dentro de la casita con las tacitas, platitos, vasitos, etc., Vanesa puede compartir con una compañera distintos roles.
La duración del juego es de aproximadamente 10 minutos, durante el juego, en un momento, Vanesa agrede con las tacitas a sus compañeros.

Al finalizar el juego Vanesa colabora ordenando los materiales.
Juego en circuito: Fue propuesto por el acompañante donde Vanesa participa con gran entusiasmo.
Las destrezas realizadas fueron roles, rodamientos, pasar por debajo y por arriba de elementos (como los bancos).
La duración fue de aproximadamente 20 minutos y durante ese tiempo no hubo agresión física ni verbal por parte de Vanesa.

El juego finalizó en forma progresiva, por decisión de los nenes, cuando de a uno lo fueron dejando porque estaban cansados.
La última en dejar el juego fue Vanesa que al encontrarse sola y no poder convencer a ningún nene para que la acompañe en la actividad, se aburrió y se acostó en una colchoneta. Luego buscó la cartera y un bebote cambiando así de juego.

Al día siguiente Vanesa quiso  repetir el circuito por la mañana y duró aproximadamente 10 minutos; hubo una mínima participación de los compañeros,  no con demasiado interés y lo abandonaron enseguida, ante esto Vanesa finalizó el juego. No hubo agresión durante el mismo.

Juego simbólico:
Durante esta tercer semana Vanesa jugó todos  los días a que viajaba en colectivo para ir a visitar a su mamá y que ella tenía un hijo (bebote), siempre llevando una cartera colgada del brazo.
Siempre quiere jugar sola, sin intervención de ningún otro. La duración es de aproximadamente 15 minutos y no hay agresión durante ese tiempo.

Cuando juega a la mamá (sin nombrar a su mamá) incorpora a una compañera siendo siempre ésta la enfermera que cura a su hijo lastimado.
En general no hay agresión, sólo sucede cuando una compañera la contradice. La duración es de aproximadamente 10 minutos

COMENTARIO: Siguiendo el desarrollo de lo representativo que de manera incipiente se comenzaba a manifestar, se establecen objetivos en referencia a ampliar las posibilidades del acceso de la niña a lo simbólico.

En el ámbito específico de la sala la dramatización y el juego simbólico adquieren preponderancia. Lo que resulta de la incorporación de Vanesa a los mismos es la posibilidad de realización de una pauta dada por el adulto sin la conmoción afectiva y corporal que  formaba parte de su respuesta anterior. En este sentido puede incorporar su cuerpo mediado por el juego y de esta manera domeñar el “ataque” pulsional.

A la vez el otro, como posibilidad identificatoria, como lugar futuro de identificaciones, comienza a establecerse. El compartir la actividad, conducta vedada hasta ese momento, evidencia el lugar que el registro del otro comienza a tener.

Lo que antes aparecía como egocentrismo, es decir una perentoria demanda de exclusividad y que en realidad era un empobrecimiento provocado de manera traumática de su incipiente Yo, comienza a manifestarse en sus posibilidades de hacer frente a los requerimientos tanto externos como internos. No sólo el mediar simbólico de la acción sino la posibilidad del otro como lugar de identificaciones y el otro como lugar del cuidado materno, en lo que a su función de tramitación pulsional primigenia se refiere.

Si bien aún presenta actitudes de agresividad estas se tienden a localizar o a circunscribir a momentos puntuales, y ya alguna de ellas a situaciones lógicas del transitivismo infantil.

En este periodo y a la par del desarrollo del juego simbólico se evidencia la presencia de objetos que despiertan un interés desmedido en la niña. Estos objetos generalmente son elementos de uso de la mujer como el lápiz labial (que ella llama el “pinta-los-labios”), cartera o zapatos pero con la necesaria condición de ser reales y no juguetes. Estos objetos adquirían una importancia desmedida, ocupando gran parte de su tiempo y la búsqueda o demanda de ellos adquiría un carácter compulsivo, llevándola a crisis de excitación cuando no los obtenía.

Estos objetos aparecían como un efecto negativo secundario del proceso de constitución del entramado representacional en que la niña estaba inmersa. Se interpretaban como una condensación de significados provenientes de la sexualidad de la mujer adulta. Estas conductas respecto de estos objetos eran correlativas con ciertas expresiones del tipo: “soy grande, no soy chiquita”, etc. O sea existía una identificación a la mujer adulta pero donde estas identificaciones ocupaban un lugar parasitario en el entramado general identificatorio; parasitario porque si bien permitía la superación de los embates pulsionales de origen en el trauma sufrido no eran dialectizables y evidenciaban una fijación considerable a las posibilidades del Yo en ese momento.

En sus juegos comienza a distinguirse una clara diferenciación entre los aspectos referentes al cuidado de un hijo y de aquellos aspectos que harían al daño del mismo. Esta cuestión manifiesta la separación en distintas corrientes afectivas lo que anteriormente se encontraba mixturado, además de un posicionamiento subjetivo correlativo a dichas corrientes. Anteriormente sus “juegos” asumían una actitud perturbada dado que mientras decía “hay que cuidarlo al bebote” lo estrellaba con furia contra la pared.

Dentro de este desarrollo se estructura una modalidad obsesiva respecto de lo que anteriormente era fuente de desorganización. En especial sobre su higiene corporal y sobre su vestimenta. Este control rígido sobre estos aspectos evidencia el grado de estructuración de su Yo así como, en su rigidez, del monto de los embates pulsionales de origen en el trauma que este Yo debe enfrentar.

(…)

PARA CONCLUIR:

Un escrito es lo que queda y ese quedarse es un alejarse. Una escritura es un alejarse de hechos y acontecimientos.
Hay en este escrito algo de Vanesa que ya no será, un despedirse, un dejar atrás lo que no debió ser.
A la vez, es un encontrarse con esta niña. Esta niña que es hoy día. Con sus juegos y sus sonrisas. Con su mirada pícara y sus preguntas.
Preguntas para entretejer repuestas que puedan ser un cobijo, una protección para lo que nombramos como infancia.

Buenos Aires. Noviembre de 2000.