El Acompañamiento Terapéutico cuando la familia no sabe que hacer

Autora: María Luisa Vega Vera  (*)

E mail:  marialv.23@hotmail.com

…(*) María Luisa Vega Vera es miembro de la Asociación Civil At lazos.

El  Acompañamiento Terapéutico se inició en el mes de Enero del 2009.

Duración: 6 meses, al principio una vez por semana, con la posibilidad de agregar en caso necesario un día más.

La institución At Lazos recibe el pedido de un acompañamiento domiciliario para una paciente de 64 años. Poca información se tiene de la paciente, ya que es un allegado a la familia (novia del hijo de la paciente) quien ubica la institución para realizar el pedido de AT, y comenta que según el diagnóstico del psiquiatra se trataría de una caso de esquizofrenia. Comenta que la paciente se encuentra en un estado depresivo y de duelo por el reciente fallecimiento del esposo que había tenido un intento de suicidio hacía unos años, motivo por el cual había estado internada. Se encontraba con medicación psiquiátrica pero de entrada se hace difícil el contacto con el psiquiatra a cargo. Con estos datos concurro al encuentro con la paciente a quien llamo Sara.

El encuentro con Sara: El  que me abre la puerta es el hijo de la paciente, me pide que me acerque a la cocina, ella se encuentra sentada, cuando me acerco a la puerta levanta la vista, yo la saludo, responde levantándose y me saluda con una sonrisa. Me dice que no sabe donde sentarse conmigo, le respondo que ella decida, le dice a su hijo que le gustaría ir al comedor de arriba y le pide ayuda para subir las escaleras, yo me ofrezco a ayudarla, ella acepta y mientras subimos me cuenta que sólo puede subir cuando se encuentra en la casa el hijo, ya que tiene un problema en las piernas y le resulta muy difícil movilizarse sola, “tengo la pierna a la miseria” dice.

Una vez sentadas en el amplio comedor que da a una pequeña terraza, le pregunto que le pasa en las piernas, se para y me muestra. De entrada me impresionan las piernas hinchadas y de un color rojizo, con marcas de las uñas por la picazón que le producía, me cuenta que es diabética, que lo que tiene se llama Linfedema, y hace mucho tiempo que no consulta con los médicos, “estoy muy abandonada”. Me cuenta sobre la muerte de su esposo hacía tres meses y que no tiene fuerzas para moverse (se angustia, llora), dice sentirse muy sola. Habla de la muerte de su madre en el ‘95 y que entonces cayó en un estado depresivo muy fuerte, habla de un intento de suicidio hace alrededor de 10 años, “me bajé 30 comprimidos de la medicación”, “ahora no quiero morir”, “tengo mucho miedo al dolor físico”, “mi mamá quedó paralítica y fue horrible”,”mi hijo no sabe que hacer” fueron algunos dichos que me parecieron significativos, en estos primeros momentos.    

Desde el primer encuentro considero algunas cuestiones de importancia (diría casi de urgencia) por donde se podía intentar acompañarla, por ejemplo: la necesidad de una consulta médica, ya que se observa un sobrepeso importante, se agita cuando sube las escaleras, ella parecía no tener un registro de lo que significaba la diabetes, no se cuidaba con las comidas, manifiesta que lo único que la entretiene es hacer algo de repostería. Su alimentación, según lo comentado por ella, es abundante y con excesos en calorías (mucho pan, chocolatada, pastas, y lácteos, todos enteros). Comenta que es hipertensa y que pasa muchas horas mirando televisión. Acordamos un segundo encuentro pero le sugiero que consulte lo antes posible con cualquier médico por el tema de la pierna, (ella decía que la O. Social no le cubría un flebólogo), yo insistí que consultara con un clínico. El hijo se acerca en este momento a escuchar mi charla con su madre, al principio también pone trabas para que su madre hiciera una consulta médica, la excusa era que la obra social no le cubría todo, y que además por la época del año (enero) había pocos médicos. Ante mi insistencia de consultar por la pierna ya que tenía marcas sangrantes de uñas, y mi explicación de que se podía infectar, que era necesario por lo menos una consulta en la guardia de la clínica, el hijo se compromete a llevarla esa misma semana.

Datos significativos y según lo relatado por ella: vive sola en la casa que compartió con su esposo y su madre desde hace 35 años, nunca pudo vivir separada de su madre ni aún después de casarse, es hija única, su padre falleció cuando ella tenía 12 años. A los 65 años su madre se enferma y es ella quien se hace cargo ya que ésta queda paralítica a causa de su enfermedad (la paciente en ningún momento del acompañamiento pudo explicar con claridad porqué su madre quedó paralítica). Luego del fallecimiento de su madre estuvo mucho tiempo con una fuerte depresión, época en que aumentó mucho de peso, llegó a pesar 112 kilos, e intentó un suicidio. Su esposo falleció en octubre del 2009 (hacía 3 meses). Tiene un único hijo de 30 años, soltero, quien la visitaba casi a diario y es el único familiar con el que la paciente tenía contacto en ese momento. La vivienda en la que vive Sara, consta de 3 ambientes en la parte de abajo, y en la parte de arriba un comedor, una habitación y una pequeña terraza, único ambiente con algo de luz, el resto de la casa, bastante oscuros, con signos de abandono por cualquier lugar que uno podía mirar, por ejemplo: sillones con tapizados rotos, cables colgados, canillas que perdían, etc.

Con la Lic. Sarbia, quien tenía a cargo la supervisión del caso y ante la ausencia de profesionales, se decide hacer un acompañamiento de una vez por semana, ya que esto era lo que el hijo por el momento podía hacer por su madre. Es así como empiezo a acompañar a la paciente y con la indicación de introducirle atención médica y terapéutica. Acordamos un acompañamiento en principio centrado en estas cuestiones: intentar hablar con ella sobre su enfermedad y los cuidados que requiere una persona diabética, facilitarle información sobre el tema, acompañarla a que pudiera moverse un poco, esto significaba que pudiera realizarse chequeos médicos, acompañarla a las consultas, seguir con las indicaciones de los profesionales, empezar a hablar con ella sobre la automedicación, ya que la paciente consumía diariamente, todo tipo de anti-inflamatorios, analgésicos y en especial Geniol. Ya en el primer encuentro me cuenta que toma todos los días 2 o 3 para el fuerte dolor de cabeza (me muestra una caja llena de medicamentos). Cuenta que su esposo tenía  un cargo importante en un laboratorio muy conocido, es así que en la casa ella tenía muchas medicaciones, según sus propias palabras, “mi marido me traía de todo”. Yo tomo nota de la medicación que consume y le digo que quería estar al tanto para poder acompañarla, ella me agradece y se muestra bastante predispuesta a dejarse ayudar.

Medicación: Nozinan 25 mg. 1,1/2 a la noche – Rizperin 3mg. 1comp a la noche-

Rivotril 2 mg 3 veces por día – Lotrial 10 mg. 1 comp. x día – Glucaminol fuerte 2 veces por día – Melatol 3mg 1 comprimido a la noche (esta medicación la tomaba por decisión propia porque decía que gracias al Melatol podía dormir bien)

A la semana siguiente ya se encontraba medicada con Cefacilina 1000 por indicación médica (por el problema en la pierna) y con varias derivaciones por parte del médico clínico: para un flebólogo, una diabetóloga y con indicaciones para realizarse análisis de laboratorio completos. Se la veía muy angustiada, me comenta que sentía mucho dolor en las caderas y que le costaría mucho movilizarse para ir al médico, le digo que la acompañaría, que ahora no estaba sola, hablamos de la importancia de realizar esos estudios, además de caminar un poco, ella decía que tenía “poquitas ganas de caminar”, le digo que aprovecharíamos esas poquitas ganas para ir haciendo algunas cosas que la ayudaran a sentirse mejor. También manifestaba mucho miedo a bañarse, decía sentir “pánico de entrar a la ducha”, tenía mucho miedo a caerse. Le pedí que me mostrara el baño, y le sugerí colocar alfombra de plástico debajo de la ducha, y una para poder salir. Esto mejoró bastante el tema del baño en un principio, pero luego volvían sus “no ganas de bañarse”. En general daba la impresión de sentirse insegura para moverse debido al sobrepeso, las piernas hinchadas y algunas veces manifestaba sentirse sin fuerzas, ella atribuía ese estado a la medicación psiquiátrica.

No resultaba sencillo el acompañamiento a la paciente en los primeros momentos, por un lado, estaba su pedido de ayuda y era muy concreto, “ayudame por favor”. Por otro lado, ver que además del abandono que llevaba, según ella 1 año, luego decía, de 2 años, ante mi intento de introducirle algo que tenía que ver con  salir de la casa, ya sea, para caminar, realizar compras o ir al médico se mostraba molesta. En todo momento había que decirle que era necesario la atención médica y una contención psicológica pero también tranquilizarla diciéndole que estaba acompañada, que se harían las cosas despacio.

Sara tenía cambios muy bruscos en sus estados de ánimos de un encuentro a otro, ante mi pregunta acerca de cómo se sentía, respondía: “maravillosamente bien”, o “estoy a la miseria hoy”.

De mi parte, busqué información sobre los cuidados para diabéticos, y pudimos empezar a hablar de los cuidados en la alimentación, la higiene y recordarle en todo momento que podíamos organizar juntas lo que comería en la semana,  realizar juntas algunas compras, a pesar de que ella no quería ir conmigo al supermercado, decía que necesitaba charlar conmigo, ya que yo era la única persona con quien charlaba. Quedaba de mi lado intentar llevar estas charlas hacia los temas que a ella menos le gustaba y que tenían que ver con respetar las indicaciones médicas, a veces alternando con temas sobre programas de televisión o música que a ella le gustaban mucho. Armamos una especie de agenda para anotar los turnos, la paciente elige un cuaderno como el que usan los niños de primaria, forrado de color azul (su color preferido decía) para hacer estas anotaciones, luego lo cambia por uno mas grande, ya que terminaba anotando recetas de cocina, propagandas de televisión sobre medicaciones con promesas “para una vida mejor”, por lo que tuve que empezar a hablarle de hacer una separación. Ella decía “yo me entiendo”, yo insistía en hacer una separación en las anotaciones (siempre con mucho cuidado y recordándole que yo la ayudaría) le sugiero dejar todas las carillas izquierdas del cuaderno para  los turnos, y del lado derecho, que anotara todo lo que ella quisiera, le respeté  el uso de un cuaderno grande en lugar de agenda pero sí insistí en hacer estas anotaciones.  Así quedó dividido el cuaderno en turnos médicos, turno con la psiquiatra, y el día de encuentro conmigo por un lado, y del  otro lado, variadas recetas de cocina, consejos, chistes que escuchaba en la tele, para luego contarme y hasta poesías que anotaba para luego leer conmigo. Para ella fue difícil aceptar este ordenamiento y puso muchas trabas antes, por ejemplo: que no le gustaban las agendas, que las fechas la mareaban, que la ponía nerviosa sacar la agenda.  Le sugerí dejar el cuaderno siempre a mano para que juntas controlemos y vayamos anotando cosas. Me parecía que el hecho de anotar cosas que nada tenían que ver con una consulta médica, (le causaba angustia ir al médico) sirvió para que durante todo el acompañamiento, el cuaderno estuviera sobre la mesa de la cocina, salvo algunos días que “desaparecía” sobre todo cuando ella cambiaba algún turno porque no quería concurrir a la consulta. Entonces terminábamos buscando el cuaderno entre una pila de revistas que también tenía sobre la mesa. Yo a modo de broma le decía que si el cuaderno no aparecía yo no me iba a retirar de la casa, a ella esto le causaba mucha gracia, a mí un poco menos ya que esto lo entendía como un obstáculo, consideraba importante no ceder ante sus “no puedo” e intentar en cada encuentro que ella algo pueda hacer y con ayuda.

Otro tema conflictivo era el dinero, y todo lo que esto traía aparejado en la relación con su hijo, la falta de confianza por parte de la paciente hacia su hijo,  su enojo con éste y con su marido, el descontrol con las compras. Ella no podía controlar el dinero, cuando cobraba su jubilación se ponía muy nerviosa y más de una vez gastó todo el dinero en unos días, no quería que la acompañara a hacer las compras. En varias oportunidades organizamos cómo hacer para no gastar de más, pero luego ella hacía las compras sin calcular y terminaba sintiéndose muy mal y pidiéndome ayuda. Estas cuestiones llevaron a que el hijo se llevara todo el dinero el mismo día que cobraba y se lo iba dando de a poco para comprar comida, ahí sí aceptó que yo la ayudara a controlar lo poco que el hijo le daba. Aún con poco dinero ella se perdía, no podía calcular los precios, las cantidades, ni organizar nada para hacer una comida. Pudimos charlar bastante sobre esto y sobre todo anotar lo que debía comprar haciendo un cálculo con los precios. Estando en el supermercado, en todo momento debía yo recordarle con cuanto dinero contaba y qué cosas habíamos anotado para comprar. A veces me agradecía y otras veces se mostraba molesta y no me dirigía la palabra por un rato. Siempre que sucedía algo así buscaba la manera de charlar con ella luego y que pudiera decir algo acerca de su descontrol. Yo aprovechaba estas oportunidades para tratar de hablarle de la necesidad de un espacio con una psicóloga/o hecho que pudo concretarse más adelante.

El acompañamiento a la psicóloga: Dos meses luego de iniciado el acompañamiento, la paciente decide concurrir a una psicóloga, al principio creía que podría ir sola, ya que su hijo no podía, según ella, pagar otro día de AT. Se trabajó bastante con ella en todo este tiempo, que sería difícil un acompañamiento si no iniciaba un tratamiento con una psicóloga/o, ya que si bien hubo mejorías en su vida cotidiana, manifestaba sentir mucha angustia, decía: “necesito un médico que me recete algo para esta angustia” y en varias ocasiones me comentó haber consumido el doble de la medicación indicada por el psiquiatra. Tuvo una comunicación telefónica con la Lic. Sarbia y se entusiasma con la posibilidad de realizar una terapia con ella, pero su hijo, según Sara, no podía pagar una terapia particular. Fue así que por recomendación de su psiquiatra se comunica con una psicóloga de la obra social, arregla ella misma, día y horario para un primer encuentro, me comunica entusiasmada todo esto, al mismo tiempo que  manifestaba también mucho miedo, “tengo mucho miedo a que la psicóloga no me encuentre bien”. Yo la tranquilizaba diciéndole que con Sandra acompañaríamos su tratamiento con la psicóloga, era muy fuerte su demanda conmigo. En una ocasión me dice: “pero cuando te vas a recibir vos de psicóloga?”, “¿porqué tengo que ir a una psicóloga?

Había algo que me llamaba la atención, sobre su miedo con respecto a concurrir a la psicóloga, le pregunto sobre esto, y manifiesta que le da miedo porque ha pasado que en otras oportunidades que ella se encontraba muy mal y según sus propias palabras, “me llevaban a una psicóloga y terminaban internándome”, o “cuando yo me ponía muy nerviosa, no sabían que hacer conmigo y me internaban”, en varias ocasiones me comentó: “cuando no sabían que hacer conmigo me internaban”. Empezaba a manifestar mucho miedo a ser internada, pudimos charlar bastante sobre esto, yo hacía hincapié en que justamente uno de los objetivos de los acompañamientos, era evitar una internación, ella dice: “voy a confiar en vos”, yo le daba mi apoyo pero no podía perder de vista que en momentos de angustia y encontrándose sola echaba manos a la caja de medicación.

El día que debía concurrir a la primer sesión con la psicóloga, no pudo salir de su casa, se angustia, dice sentirse encerrada sin poder salir a la calle, “entré en inhibición y no pude salir”, se comunica telefónicamente con la psicóloga y le avisa que no va a concurrir, se comunica conmigo telefónicamente y me pide ayuda, trato de tranquilizarla y le digo que charlaríamos en el próximo encuentro sobre la posibilidad de que yo la pudiera acompañar  al menos a las primeras sesiones. Por este motivo, se agrega otro día de AT, para acompañarla a la psicóloga, pero me pide por favor que arregle yo el horario con la psicóloga, porque a ella la ponía muy nerviosa tener que arreglar mis horarios de AT, con los de la psicóloga. Ante la angustia de la paciente, su insistente pedido de ayuda para poder concurrir a la psicóloga y también mi ansiedad porque concurriera a un tratamiento psicológico, para no seguir demorando el trámite, me comunico yo con la psicóloga y arreglamos día y horario, (en ese momento no pude pensar en hacer otra cosa).

Se organiza el horario para acompañarla de la siguiente manera: encontrarme con ella en su  casa media hora antes, acompañarla, esperarla y volver con ella hasta su casa, ella acepta y se tranquiliza. Cuando llegaba yo para acompañarla decía: “te veo a vos y me tranquilizo”. Cuando salíamos a la calle se agarraba muy fuerte de mi brazo, en la puerta del consultorio no me soltaba hasta que no aparecía la psicóloga. De esta manera empieza a concurrir a las sesiones, y esa media hora antes de tomar el taxi, la paciente me pedía sentarnos y hablarme de su angustia, empieza a hablar de la relación con su madre, de una relación amorosa, que supuestamente su madre mantenía con su esposo, de que su esposo cobraba el sueldo y le entregaba el sobre a su madre para que manejara los gastos, “no me tenían en cuenta”, “yo no podía darle a mi marido lo que el quería de una mujer”, “buscaba otras mujeres porque lo necesitaba, pobrecito”. En algunos momentos lo justificaba y en otros se enojaba y decía: “eran egoístas, no querían verme bien, él y mi mamá”

El día de at para acompañarla a la terapia, en general primero quería charlar conmigo, yo la escuchaba primero, luego insistía en llevar eso que la angustiaba al espacio con la psicóloga y que yo la  acompañaba, pero que era importante ir a la psicóloga. Insistí con “llevar esa angustia también al consultorio”. De cualquier manera durante todo el tiempo que concurrió acompañada por mi a la psicóloga, primero me ponía al tanto de lo que hablaría, me mostraba fotos familiares, me contaba algo de su historia, de su infancia. En una oportunidad me comenta: “mi sufrimiento empezó cuando falleció mi papá”, “mi mamá se volvió a casar con un borracho”, “no la pasé nada bien en mi adolescencia”, hablaba de las internaciones y  lo mal que la pasaba porque entonces su madre quedaba en la casa con su esposo y su hijo, decía recordar en total 4 internaciones, luego tuvo una internación estando embarazada. En alguna ocasión llegó tarde a la sesión por que no quería ir, decía no tener fuerzas para hablar, que se sentía muy angustiada, en estos momentos trataba de tranquilizarla y decirle que hablara de lo que quisiera sin presión, que dejara que las cosas salieran estando allí, lograba así salir con ella a la calle, charlando de otras cosas. Desde el espacio de supervisión seguimos enfocando los acompañamientos en el apoyo para que concurriera a la psicóloga, por otro lado se notaban varios logros en su vida cotidiana a partir del acompañamiento..

En una ocasión me cruzo con el hijo de Sara en la casa  y me comenta que era increíble como se la veía ahora, “no puedo creer que fue a la peluquería”, “mi mamá estaba como una planta”, “la tenían sentada”, fueron algunos comentarios del hijo, hacia quien por momentos manifiesta sentimientos de mucho amor, y en otros, mucho enojo ya que según la paciente su hijo quería manejarle la vida, “es igual a su padre, no soporta verme bien” y en este sentido era bastante notorio la mejoría en cuanto a su aspecto personal, caminaba más segura, empezaba a usar ropa que había dejado de usar por el exceso de peso de los últimos tiempos. Se logró que consumiera productos descremados, me mostraba su heladera diciendo “ahora tengo todo verde”. El psiquiatra le había bajado la medicación. Empieza a pensar en mudarse, se entusiasma con la posibilidad de hacer algunos cambios, tenía ganas de vender la casa y comprar algo más chico y luminoso, le comunica esto a su hijo y ella no entendía porqué, ese mismo día, él se lleva el título de propiedad de la casa, me llama muy angustiada para contarme: “tengo mucho miedo que mi hijo me saque todo”. A mi me parecía que a ella le costaba verse bien, o que algo del “estar bien”, ella no lo podía sostener.

En un momento del at, a la paciente le costaba mucho concurrir a la psicóloga, suspendía los turnos poniendo excusas, también la psicóloga le suspendió en algunas ocasiones. Ella empieza a contarme una historia, como ella decía “es una historia secreta, “es un amor imposible”. Me cuenta que su cuñado que vive en una localidad llamada Azul, la llamaba por teléfono muy seguido, y esto le hacía muy bien, pero también le causaba mucha culpa, me comenta que siempre sintió atracción por él, que por las noches mira películas de amor, “fantaseo, pensando que soy yo”, “tengo ganas de conocer un hombre para olvidarme de él”. Se le mezclaba en todo momento en sus dichos sus ganas de conocer otro hombre y la culpa, según sus propias palabras “siento que mi marido me persigue”, (¿delirios?) “siento que esta mal lo que hago, no tengo que atender teléfono” (segùn la paciente, su cuñado que vive en Azul la llamaba todo el tiempo). La paciente se ponía muy nerviosa y se acrecentaba su miedo a que su hijo dispusiera una internación.

Durante el mes de julio, empezaron algunas complicaciones con el tema de la gripe A,  suspende un encuentro conmigo por consulta médica, en esa semana empeora su estado anímico, el hijo empieza a notarla muy nerviosa, se comunica conmigo y me dice que le parecía que su mamá estaba delirando, cuenta: “la llevé engañada al psiquiatra y le subió la medicación porque la notó muy nerviosa”. Por otro lado su madre me hablaba de sus charlas con su cuñado,  intenté que hablara con la psicóloga aunque sea telefónicamente, pero la psicóloga pocas veces respondía un llamado. Durante los encuentros se tranquilizaba bastante, pero a mi entender una mejoría muy frágil. Sara necesitaba mucha contención.

Con la nueva dosis de la medicación, se la notaba dormida, apenas podía abrirme la puerta, le sugerí que hablara con el psiquiatra, ya que en estos momentos no concurría a la psicóloga. Ante esta situación y el no saber qué hacer de su hijo, se lleva la medicación de la casa y le va trayendo de a poco, ella comenta “mi hijo cree que me voy a tomar todo”, “yo no quiero morir”, le sugerí que hablara con su hijo de sus ganas de ir a algún lugar para conocer un grupo, pero a ella le costaba mucho comunicarse con su hijo, y como en su momento me fue indicado, era difícil decir mucho allí, ya que era una relación con una historia de larga data y había que tener ciertos cuidados en decir algo.

Finalmente en el mes de julio, la paciente es internada con todos los síntomas de la gripe A, se encontraba aislada y medicada para el virus. Se comunica conmigo apenas la ubican en una habitación, me dice que quiere verme, que se sentía muy angustiada, yo no podía concurrir a verla, por los peligros de contagio (le explico esto). La Lic. Sarbia se comunica con ella y se tranquiliza bastante, la acompañamos telefónicamente todos los días, yo particularmente le expliqué los riesgos de contagio, ella entendía, y se animaba cuando se la llamaba, insistía con llamados a su psicóloga, le dejaba mensajes pero no recibió respuesta durante todo el tiempo que duró la internación. Estuvo internada durante 9 días y durante este tiempo su hijo empieza a pensar en llevarla a un geriátrico cuando saliera, ella me transmitía por teléfono que no sabía que hacer, “no quiero volver a mi casa”, “igual, si voy a un geriátrico vos podes venir a verme”. Obviamente le dije que la acompañaría aunque no volviera a su casa, si ella lo quisiera.

Estando ya en su domicilio, la paciente me llama muy seguido, manifiesta que me extraña, pero que su hijo había decido cortar con los acompañamientos y contratar una señora que viniera todos los días y que se ocupara de “hacerle todo”, esas eran sus palabras, por mi parte mucho no podía decirle, le manifesté que respetaba su decisión, ella insiste en que “el que decide es mi hijo”. Se arreglan con el hijo dos encuentros para darle un cierre por el momento a los acompañamientos.

En estos últimos dos encuentros conmigo, la paciente manifiesta extrañar mucho nuestras charlas, llora, se enoja con su hijo, dice que: “hoy lo llamé muy temprano y le dije de todo”, “es igual al padre, es un egoísta”, “me está sacando todo”, me cuenta que ya no tendría la Obra Social, que su hijo no podía pagarla y que estaba haciendo los trámites para pasarla al PAMI. En un momento pensé que se quedaba sin el acompañamiento, sin psicóloga, sin médicos, igual que cuando empecé a acompañarla. De cualquier manera, le sugerí en todo momento que se movilizara ella para conseguir algunas cosas, que seguramente PAMI se haría cargo de un at, porque ella lo necesitaba, pero que todo el hijo no podía hacer, que algo de sus ganas debía manifestarla ella.

Me dice que no quiere despedirse de mí, mira el reloj, llora, “me siento aplastada”, “me cuesta hacer las cosas sola”.  Me agradece varias veces porque gracias a mi pudo adelgazar y estar mejor, me promete que va a ir a los médicos por PAMI, y que estaba segura que volveríamos a vernos, me despide con un “hasta luego”. Una vez finalizados los encuentros conmigo, recibí dos llamados telefónicos para contarme que extrañaba las charlas conmigo y también que no abandonaría su tratamiento, en esta oportunidad la escuché, en el segundo llamado también la escuché pero luego, le aclaré que los acompañamientos por ahora estaban suspendidos, no sabía muy bien yo con qué palabras decirle, pero sentía que no debían continuar estas charlas telefónicas, ella podía “pelear” de alguna manera si deseaba continuar conmigo, pero algo Sara no puede, según ella “nunca pudo decidir” y esta vez es el hijo quien decide por ella.

Conclusión: Así finalizamos los acompañamientos, por momentos sentí que quizás algo más yo podía haber hecho, pasados los días empecé a pensar que desde el rol de Acompañantes intentamos justamente eso, acompañar un tratamiento y en el caso de Sara era sumamente necesario la atención y el control médico para la diabetes, también la contención psicológica ya que había antecedentes de suicidio y varias internaciones.

El título que elegí para el trabajo “El acompañamiento terapéutico cuando la familia no sabe qué hacer” surge del relato de la paciente, quien en varias oportunidades, comenta: “cuando no sabían que hacer conmigo me internaban”, o “mi mamá no sabía qué hacer conmigo”, parecía que en esta ocasión ella dejaba la decisión en manos de su hijo y éste había decidido sacar el acompañamiento. Sara no puede producir un cambio en esa historia de “los otros que deciden”, yo me pregunto si esto, de alguna manera a ella la deja ¿más tranquila?

At: María Luisa Vega Vera

Supervisión: Lic. Sandra B. Sarbia

Texto presentado el 10 de noviembre de 2009 en el marco del ciclo de Ateneos Clínicos organizado en At Lazos, a cargo de Ex alumna/os.