Autora: Lic. Sandra B. Sarbia
E mail: informes@at-lazos.com.ar
…El Acompañamiento Terapéutico nos suele confrontar con la clínica de los trastornos denominados bordes. En estas situaciones nos cuesta pensar un diagnóstico y así poder elaborar estrategias de intervención.
Muchos son los aportes que se han hecho en torno al tema.
Lo que sigue es un comentario acerca del texto «Estados Límite» de la Revista Imago Nº 17 que escribí algunos años atrás, para ser publicado en el portal www.elsigma.com. En esta ocasión, retomo el escrito intentando aportar a la clínica que nos convoca, esa que lleva la gravedad como marca de origen.
Comentario de Estados Límite:
En esta edición, la revista Imago reúne valiosos aportes de diferentes autores, que hacen a los intentos de formalización de ciertos casos que han sido definidos como «borderline», «fronterizos» o «estados límite». Aquellos casos que ante la dificultad de poder ser ubicados en diferentes modelos ya diseñados por los diferentes abordajes, resisten a poder ser pensados desde los patrones clásicos de formalización.
El primer uso de la terminología «borderline» (en lengua inglesa) se remonta al año 1884 por parte de la Psiquiatría, luego será acuñado de otras maneras intentando cercar aquello que falta en la descripción clásica. Tanto la Psiquiatría como el Psicoanálisis han recurrido a la idea de «estado límite» con aquellos pacientes que no ingresan en dicha descripción.
Al ubicar los tres conjuntos con que desde el Psicoanálisis, leemos un caso (neurosis, perversión o psicosis), y diferenciarlos por el mecanismo con que cada uno de ellos responden frente a la castración (sea la represión, la renegación o la forclusión), lo «borderline» surge ante la dificultad para categorizar una serie de casos que no funcionan definida y claramente con alguno de esos mecanismos.
Ahora, desde el Psicoanálisis y siguiendo a Lacan, nos encontramos con que es de suma necesariedad clínica establecer el diagnóstico estructural en las entrevistas preliminares. Y preliminares a lo que podría ser un «análisis» o bien un «tratamiento posible».
En estos casos, se trata de sujetos que nos presentan dificultades para poder ser diagnosticados y allí reside una de las complicaciones.
Resisten a ser ubicados y lo hacen no solamente respecto de poder ser pensados dentro de lo ya clasificado teóricamente sino también respecto de lo que podríamos llamar «algún tipo de cura» en un posible tratamiento que los aloje. Y resisten a ser alojados.
Se los intenta pensar como casos que podrían ubicarse en los bordes. Surge el interrogante ¿cuál es el borde en que se ubican?, ¿el borde que limita las estructuras clínicas, entre una y otra pero en ninguna de ellas? o más bien ¿en los bordes de la misma estructura que los contiene y por ende dentro de ella?
Los tratamientos a estos pacientes transcurren con tempestades clínicas no siempre manejables con comodidad y los sentimientos contratransferenciales que suscitan en el terapeuta movilizan la propia fantasmática y la emergencia de lo pulsional.
Estos casos nos suelen presentar la necesariedad de implementar diferentes abordajes para su tratamiento, para esto, resultan de suma utilidad las diferentes maneras de pensar estas problemáticas que exponen los autores de esta edición de Imago.
El Psicoanálisis plantea una clínica de la escucha, de lo que se da a oír y de lo que calla. Del deseo innombrable y de lo mudo de la pulsión que exige satisfacción de manera constante. Es condición de acreditación de la transferencia que la escucha logre ubicar su posición de manera adecuada para no caer en una clínica de la mirada, más aún en estos casos que se ofrecen a ello con permanentes mostraciones.
Metáfora y metonimia harán de figuras en el sendero donde se articularán las palabras que posibilitarán los intervalos entre ellas. Entre los significantes del Otro se encuentra el intervalo donde se insinúa su deseo, el Otro me pide pero ¿qué es lo que desea cuando me pide?
Pregunta clave que formula el sujeto entre los movimientos de alienación y separación y que representa para el sujeto un enigma al que inicialmente responde con su afánisis, con la desaparición del sujeto según los significantes que lo sostienen.
Los niños nos enseñan esto, suelen jugar a desaparecer para poder advertir qué le causa al Otro su desaparición, intentando crear así un espacio de deseo para poder alojarse allí. Las infatigables preguntas que hacen parecieran buscar lo mismo, el punto de carencia del Otro, ese espacio deseante donde poder alojarse.
Ahora, no resulta suficiente que el niño intente crear ese espacio, es necesario también que el Otro acepte su castración, que no reniegue de ella. Que se sepa en falta y pueda alojarlo allí. Que dé muestras que la desaparición del sujeto le representa alguna pérdida.
A veces esto no sucede. En estos casos el deseo no puede ser cuestionado más allá de la demanda.
El intervalo significante posee un doble interés: por un lado es el espacio necesario en el deseo del Otro para que el sujeto pueda alojarse allí, antecedente necesario para la constitución del fantasma (haciéndose objeto para el Otro) y la transferencia (como sesión del objeto al campo del Otro). Y por otro, depende de este intervalo que los significantes conserven cierta distancia entre sí para que puedan formarse metáfora y metonimia como figuras que dan lugar a las formaciones del inconsciente.
Transferencia, fantasma y formaciones del inconsciente harán posible la instalación de la neurosis de transferencia. Los fenómenos que se producen cuando no hay intervalo son manifestaciones del orden de un hacer, diferentes a las formaciones del inconsciente.
Podríamos pensar que estos sujetos que se encuentran al «borde» de la estructura que los contiene, de nuestros intentos de entender la clínica y sus manifestaciones así como del abismo que los atrae a quedar desalojados, no han quedado suficientemente alojados en el deseo del Otro.
Bibliografía:
– «Estados límite», Imago Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, Edición Nº 17.
Junio de 2006