Autor: Federico Zárate
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…La paciente con la que me encuentro, Karina, se ubica dentro un cuadro clínico de profunda depresión, al parecer desencadenado por cuestiones de tipo económico (pérdida del local comercial familiar) y además por una lucha judicial con motivo de amenazas recibidas por la hija. A esto debe agregársele un síntoma hasta ese momento poco específico, enmarcado dentro de un temor a salir a la calle.
Al hablar con los profesionales que trabajaban con ella desde hacía pocos meses dentro de SIARC, los datos que pudieron recabar sobre su discurso se emparentaban con una queja constante, especialmente hacia las personas que en apariencia la habían perjudicado a nivel laboral en años anteriores, como así también sobre algunos miembros de su familia por los cuales se despotricaba desde una óptica similar. De esta forma estas críticas y esta suerte de descreimiento en determinados personajes, que luego se hacía extensiva, quedaba posicionada dentro de la lógica que proponía en ese momento su estado depresivo aún vigente, y mas aún, se advertía una manera de articulación discursiva (incluso delirante, narcisista) la cual se acercaba cuanto menos a una estructuración histérica.
El dispositivo A.T. se encontraba a disposición de Karina fundamentalmente para la tarea de lograr salir a la calle con mayor asigüedad de la que tenía en ese momento. En definitiva era este síntoma, hasta aquí algo oscuro, el que la aquejaba con mayor fuerza y la privaba de realizar su vida. En los diferentes encuentros con ella, realizábamos charlas previas a la posterior salida a la calle, en donde la paciente tendía a colocarse en una postura cómoda y casi como si se despojara de responsabilidades se aprestaba con gran disposición a la caminata (aunque también a los brazos de ese Otro al cual se destinaban sus demandas).
Las charlas previas tenían como eje central las críticas, a su marido por no darle la importancia suficiente a su mujer en un momento así, a sus dos hijos que no colaboraban mucho con los quehaceres en su casa, también con las personas que les habían quitado el local de trabajo, y fundamentalmente había reproches tanto al padre como a la hermana, estando la madre como mera seguidora de estos dos.
La historia de su vida contada por ella misma, se presentaba como una novela en donde ante las dificultades que podían surgir ya sea a ella o a otros elementos significativos dentro de su vida, la solución siempre sin excepción era entregada por Karina y como ella misma lo dice, era algo así como “la mujer maravilla” o “el bombero” por los cuales su familia entera podía mantenerse resguardada bajo la cobija de esta heroína.
Luego de unos cuantos encuentros en donde las conversaciones antes de salir a caminar se derivaban hacia la queja por el padre y en ciertos casos también a la hermana o a ambos, emergió una postura encubierta por debajo de esta queja constante la cual no tenía demasiado que ver con su discurso por momentos altanero donde ella se mostraba todo poderosa. Más bien se desprendía aquí, una postura que lejos de ser poderosa y heroica, se entregaba a ciertas miradas que la vislumbraban como débil o incapaz de colmar ciertas expectativas. ¿Pero a quién pertenecen estas expectativas? Sus quejas más profundas que llegaban en muchos casos a hacerla romper en llanto, se dirigían hacia su padre del cual siempre había tenido que soportar sus desprecios y además según ella nunca habría puesto demasiado interés ni entusiasmo en su hija mayor (Karina), como sí lo habría hecho con la menor de sus hijas (Claudia). Con esta última se dejaba ver una especie de rivalidad, incluso celos muy claros, por los cuales se generaba un desprestigio de la propia figura de Karina por no haber logrado las cosas que si logro la hermana. Posición de inferioridad que se evidencia en una escena recordada por ella con mucha significatividad vinculada además, a un fuerte lazo apoyado en su abuelo. Allí Karina recuerda como jugaba en el galpón del abuelo entre medio de panes de jabón, los cuales su abuelo comercializaba, y también recuerda como su madre llegaba hasta el lugar y le decía enérgicamente que se vaya de allí, que la iban a pisar por no verla debido a lo diminuta que era físicamente.
En esta escena puede apreciarse como el entramado fantasmatico de la paciente influye en esta posición de inferioridad de Karina (temor a que la pisen por parte de la madre) que luego se hace síntoma fóbico (temor a que en la calle la pasen por encima)
Pero estos logros anteriormente mencionados en el marco de una competencia, tenían como objeto ser entregados a otra persona, o mejor aún, debían ser reconocidos por este otro tan significativo para Karina, estamos hablando de su padre. Si bien era ésta la persona en que mayoritariamente recaían una y otra vez todas las quejas, reproches, insultos y muchas de las cosas que en teoría le habían arruinado la vida, en una oportunidad la paciente dijo a viva voz “mi viejo es injusto porque si bien a mi hermana le fue bien económicamente, a mi también me fue bien quizás en otras cosas como formar una familia, cosa que mi hermana no pudo hacer”. Tanto ésta como otras frases que no pasan desapercibidas dan cuenta de una posición que ubica a la paciente en inferioridad de condiciones respecto de su hermana, su enemiga en el entramado fantasmatico, que a su vez tiene como objetivo el amor del padre, pero que se transfiere a otros en la medida en que se ponga en juego algo similar.
Pero lo importante es el papel que ocupa este padre quien es criticado y hasta odiado quizás, pero que al mismo tiempo, en otra instancia, se perfila como ese Otro por el cual se deben rendir cuentas, un otro ineludible por el cual sin su visto bueno, toda acción ejecutada en la vida quedara invalidada como un acto en vano, sin ningún valor. De esta manera la vida se vuelve una evaluación permanente corregida por este Otro que se encargará de juzgar como le plazca los actos del sujeto, que por supuesto se verán incididos y perturbados por la mirada de aquel.
La imposibilidad de darle lugar a su deseo era lo que se encontraba como cuestión estructural en este caso, aunque velado por una cortina de humo que ponderaba como estandarte la queja, la cual se pudo atravesar mediante el dispositivo de A.T. y de esta forma poder apreciar más de cerca la verdadera relación de Karina con su deseo.
Por otra parte, también el síntoma fóbico se encontraba en un marco que lo hacía salir de la oscuridad en que se alojaba, ya que la descripción del mismo tenía que ver primero con la gente que se le venía en encima, más tarde se pudo agregar que éstos eran más que nada hombres que pasaban por la calle, para terminar diciendo que también los policías eran motivo de su temor en la calle. Era en definitiva este síntoma fóbico el que ameritaba con urgencia ser desterrado de su encastre con la paciente, ya que si bien estaba allí para compensar algo que no se pudo generar en un momento anterior, también se prestaba a servir como beneficio extra y dejar a Karina en la demanda que a partir de éste, se instauró inagotablemente.
Debe pensarse que de esta forma Karina no salía a la calle y se quedaba en todo momento en la casa, manera excelente para lograr darle un giro a todo lo ocurrido durante su vida, y así, serían los demás los que ahora tendrían que socorrerla a ella, quien ya no era la heroína sino la víctima que pretendía que alguien la “reconozca”, así sea tan sólo como víctima, pero al fin y al cabo era una buena manera para hacerse oír y sobre todo de poder “servirse” de los demás en vez de “servir” a los demás.
Teniendo en cuenta que la paciente se sintió, por la vía del vínculo transferencial, de algún modo “desatendida” también por el analista que la trataba en SIARC, la participación del acompañante terapéutico resultó de importancia para poder capturar todos estos datos, siendo que la paciente tenía fuertes resistencias para tratarlos en el análisis, más siendo éste dirigido por un hombre, con todo lo que esto trae articulado en la subjetividad de esta paciente.
Octubre de 2007